Un relato del encuentro entre paraguayos y paraguayas que habitan territorios diversos
Por Inés Franceschelli, Heñói
Sábado 9 de diciembre. Mucho calor en la capital de la República Argentina. El centro vallado y militarizado, aguardando la llegada de delegaciones oficiales y empresariales de todo el mundo que participarían de la XI Reunión Ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC).
Partiendo desde San Telmo, dos tramos en subte, uno en tren, otro en colectivo, y una caminata de 20 minutos son necesarios para llegar a la ex escuela amarilla, el local elegido para el encuentro organizado desde hacía semanas: en el Barrio La Juanita, Laferrere, Distrito de La Matanza, se concretaba el tereré jere[2] entre la Asamblea de Inmigrantes Paraguayos y la delegación de jóvenes de Ñamoseke Monsanto[3] que visitaba la Capital Argentina, para participar de la “Cumbre de los pueblos FUERA OMC”.
La odisea llevó casi tres horas, es lo que tardan en ir y venir de sus puestos de trabajo los paraguayos que viven en La Matanza y trabajan en la capital; “nuestros hijos no nos conocen, salimos de noche, a las 4 o las 5, y regresamos de noche, después de las 10. Literalmente vivimos para trabajar, y tenemos que optar entre estar con ellos o ganar para mantenerlos”, explicaba una trabajadora.
Resistencia paraguaya en Buenos Aires
Laferrere es casi un barrio de Caaguazú, o de San Pedro[4]: muchas plantas en macetas y latas sombreando los pequeños jardines, algunas medicinales, otras floridas; sillas-cable, a su lado equipos de tereré; aromas de tentadoras chipas y el acento inconfundible de los “paraguas” en cada esquina. Entre el paisaje guaraní se destacan la hospitalidad y solidaridad típicas del Paraguay.
Marta y Nelson, que llegaron a Laferrere desde Itapua, alojaron a los nueve jóvenes, los alimentaron y cuidaron como si fueran familia. Hasta le regalaron un par de zapatos deportivos a uno que se veía mal calzado. “Muy loco, me trataron mejor que mis propios parientes” se alegraba la delegación. Días más tarde Lila y Fabricio organizaban un asado de despedida al equipo, bien nutrido de abrazos, comentarios acerca de quién viaja cuándo, y mensajes para familiares y amigos.
Esta configuración urbana, y las prácticas comunitarias, desafían el fenómeno del hacinamiento y la especulación que crece en las grandes ciudades. “Cada vez más los barrios van perdiendo sus identidades, sus habitantes no participan de las decisiones de planeamiento urbano y el extractivismo urbano también tiene como característica el impulso de la mercantilización de la vivienda hasta el paroxismo: es decir, convierte a los inmuebles en verdaderos commodities, el inmueble deja de ser un bien de uso para convertirse en un bien de cambio”[5], afirma Enrique Viale, abogado especialista en Derecho Ambiental; sin embargo entre los paraguayos en Buenos Aires, además de la resistencia identitaria se ve y siente la resistencia ante la lógica mercantil en la ocupación del espacio urbano.
Para Ariel Cuba, coordinador de la Asamblea de Inmigrantes Paraguayos en la Argentina, y militante del Partido Paraguay Pyahurã, “en los barrios más humildes, en tierras tomadas, en las márgenes de los arroyos, construyen sus viviendas los paraguayos. En esos lugares no tenemos calles adecuadas, colectivos próximos, carecemos de salud, pues lo primero que nos preguntan es si tenemos obra social y por qué no la tenemos; a veces nos ponen trabas para atendernos en los hospitales públicos y si algunos protestamos, nos dicen por qué no te vas a tu país. Pero es real que estamos aquí un poco mejor que en el Paraguay”[6].
Para Ever Enríquez, paraguayo, estudiante de la UBA, “ésta es nuestra fuerza, el hecho de que en un fin de semana construimos la casita para el que recién llega, entre todos; es un claro ejemplo de la minga, práctica antigua que conservamos; los porteños no entienden esto, pero nosotros sabemos que esa capacidad de organizarnos en la comunidad es lo que nos mantiene vivos como paraguayos, a pesar de los siglos de sometimiento y colonialismo”.
El encuentro reunió a una centena de vecinos, casi todos paraguayos, aunque también acompañaron algunos “curepas”[7] y un puñado de bolivianos. Se adelantaban a saludar: “soy de Canindeju, de Guairá, de Itapua; ¿de dónde sos compañera?”. El origen es importante; cada uno, cada una, describe con precisión, en pocos segundos, cuán difícil fue adaptarse a la gran capital del Río de la Plata, y cuánto añora el regreso.
Elva González, de origen campesino, relata “vine hace 17 años; tuve que abandonar mi país por falta de educación, trabajo, salud, por falta de precios para nuestra producción. Los primeros once me dediqué a esclavizarme, trabajaba 12 horas diarias para sobrevivir y poder enviar algo a mi familia; hasta que me di cuenta de que se me estaba pasando la vida sin saber qué hacía de ella. Ahora hace años que ingresé a la organización y comencé una nueva vida, con los compañeros hablamos de Paraguay, expresamos nuestra visión de la migración, ya no me siento tan sola, ya sé que somos comunidad”.
¿Por qué estamos acá?
Según el último censo nacional argentino, en 2010 vivían en ese país unos 550.000 paraguayos/as[8]. Sin embargo Jorge Riquelme, cónsul paraguayo en Buenos Aires, afirma “viven en la provincia (…) alrededor de dos millones de paraguayos, de los cuales unos 300.000 están de forma ilegal[9]”. Son muchos y se nota; en cada panadería de la gran ciudad es posible encontrar chipa, inexorablemente incorporada a la dieta porteña. No es raro escuchar hablar guaraní, en el subte, en las tiendas, en la calle.
El encuentro se titulaba “Latifundio y agronegocio, causas de la migración”. La idea era conectar a los/as jóvenes de Ñamoseke Monsanto –que se habían preparado con datos y análisis sobre el modelo productivo agroexportador que expulsa población en Paraguay- con los paraguayos/as expulsados por ese mismo modelo. Dos grupos del mismo perfil, parados en lugares distintos de la realidad.
Primero se escucharon análisis de los referentes de Ñamoseke, la Asamblea de Migrantes, el Partido Paraguay Pyahurã y el Partido Comunista Paraguayo, los co-organizadores del encuentro. Se expusieron las cifras y nombres de los responsables de la realidad paraguaya: creciente concentración de la tierra[10], violencia parapolicial a manos de los guardias de las estancias; criminalización, extranjerización, venenos, avance neoliberal en los dos países. Rápidamente se abrió el debate y las manos se amontonaron pidiendo la palabra.
Se identificaron claramente los factores que motivaron la migración de los y las presentes; “la mayoría acá venimos del campo”; “vendimos nuestra tierra, imposible aguantar ahí los venenos”; “fuimos campesinos, ahora somos albañiles, limpiadoras, pero seguimos siendo campesinos”; “a nosotros nos expulsó la soja, pero soñamos con volver”; “yo vine a estudiar, pero mi viejo quedó allá. Él, que fue productor toda la vida, ahora vende su fuerza de trabajo porque la chacra no alcanza para vivir”.
Y rápidamente, en la voz de los más jóvenes, la plenaria hizo la conexión entre el objeto de análisis y la coyuntura: “es que esta avanzada neoliberal que estamos viviendo en los dos países no necesita a la gente, molestamos, por eso es que cada día hay más ajustes, más pobreza, más exclusión”. Se mencionaron los mecanismos que otorgan impunidad a las empresas: “Los más grandes exportadores del Paraguay, Cargill, ADM, Bunge, no pagan un guaraní de impuestos gracias a las exenciones arancelarias del Mercosur; ellos ocupan con violencia nuestro territorio pero el dinero no queda en Paraguay”.
¡Pero estamos acá, y no somos criminales!
El debate sobre la dimensión económica y política de la realidad de los migrantes, dio paso al análisis sociocultural. Alguno destacó que estábamos hablando casi exclusivamente en guaraní “¡Disculpen los hermanos argentinos presentes! Tenemos mucho que agradecerles, ustedes nos recibieron con los brazos abiertos, pero acá, entre nosotros, vamos a hablar nuestro idioma”.
Se destacó el reconocimiento de toda la asamblea sobre la vigencia del idioma ancestral, la resistencia cultural tras la guerra grande[11], la presencia de la chipa, la sopa paraguaya y el tereré en los hábitos porteños. Pero un análisis encendió el entusiasmo de todos los presentes: la conservación de las prácticas comunitarias; “acá nos ayudamos entre todos, ya sea para celebrar o para lamentar”; “es práctica habitual ayudar a los recién llegados a instalarse, a construir su casita, o a equiparla”; “Nosotros estamos desarraigados, es decir, sin raíces, y ya sabemos lo que les pasa a las plantas sin raíces, que se mueren. Pero parece que nosotros somos como la verdolaga, que con apenas raíces se agarra de cualquier piedrita que encuentra, y sigue sana y fuerte siendo verdolaga”.
Otro aspecto de extendido análisis fue el de la criminalización; en Paraguay contra el campesinado, en Argentina contra los migrantes: “Ahora lo que está feo allá es lo de las acusaciones, los campesinos somos tratados como los peores criminales”; “Y ahora acá tenemos encima el DNU 70/17. ¡No somos criminales!”.
Este DNU 70/17 (Decreto de Necesidad y Urgencia Nº 70 de 2017) es una modificación de la Ley Nacional de Migraciones, sancionada en 2004. Más allá de que esta cuestionado porque un decreto no puede modificar una Ley, introduce impedimentos concretos para el ingreso y permanencia de migrantes en el país, acelera los trámites de expulsión reduciendo las garantías procesales de las personas, vulnerando el derecho de defensa; elimina la unidad familiar como condición para evitar la expulsión y restringe el acceso a la nacionalidad argentina.
Según Amnistía Internacional, “El decreto está dirigido mayormente a evitar el ingreso de migrantes y facilitar los mecanismos de expulsión de aquellos que cuenten con antecedentes penales (…) La normativa amplia el concepto de antecedentes penales vulnerando los derechos de los migrantes. La modificación propuesta por el gobierno se inscribe en el marco de un discurso “securitista” que reduce el fenómeno de la migración a un debate sobre seguridad nacional, que asocia el migrante al delincuente. Hay una clara intención del gobierno de establecer la idea de que la inmigración o el ingreso de extranjeros al país pone en riesgo la seguridad nacional y esto justificaría la adopción de medidas excepcionales, sin tener que pasar por la vía del Congreso de la Nación”[12].
Algunos de los participantes del encuentro forman parte del Bloque de Trabajadores Migrantes – BTM, agrupación que nace a inicios de 2017 en respuesta al DNU 70/17. Participan allí ciudadanos de diversos orígenes, aunque se destacan los suramericanos.
El grupo marchó tres días después, en la movilización convocada para rechazar la legitimidad de la Ministerial de la OMC. Portaban carteles con la consigna “¿Libre comercio? ¡Libres los pueblos!”. Los cánticos hacían referencia a los empleos precarios y abusivos que ocupan la mayoría, particularmente en talleres textiles clandestinos: “Macri, déjate de joder, si nos echás a todos quién le cose a tu mujer?!”. Y afirmaban: “Nos juntamos para defendernos; los migrantes estamos en la intemperie de la vida, juntos encontramos algo de cobijo”.
Vamos nomás ya
En la ronda final de comentarios, uno de los presentes, visiblemente emocionado, llamaba a la asamblea “yo les agradezco, compañeros, que debatamos estas cosas, porque esto nos muestra quiénes somos, y el enorme valor que tenemos, y todo lo que sabemos y podemos hacer juntos”. Y otros “Soy liberal, acá en esta sala estamos colorados, izquierdistas, pero eso es lo de menos porque en nuestra situación podemos entender muy bien quiénes son los culpables de la situación de nuestro querido país, que es la misma del pueblo de todos los países”
“Esta no es cuestión de paraguayos, bolivianos, argentinos, entre nosotros nos damos cuenta, el país de procedencia es lo de menos, todos padecemos igual el egoísmo de unos pocos”; hasta que se impuso la expresión de un sentimiento compartido por la mayoría de los presentes: “¿Qué estamos esperando? Vamos nomás ya, caminando todos juntos hacia ruta 11, podemos ver el horizonte, podemos ir a sacarle a esos vende patria que están destruyendo nuestra tierra”. El comentario fue aplaudido de pie, celebrado con abrazos.
Los mismos abrazos que cubrieron a los jóvenes de Ñamoseke, algunos haciendo su primera experiencia de activismo internacionalista; el activismo que nos hace reconocernos como pueblos, más allá de nuestra nacionalidad, aunque a veces necesitemos sabernos parte de una nación. En este caso, nación paraguaya, en resistencia donde sea que habite.
[1] La Ruta Nacional 11 (Carretera Juan de Garay) es una carretera Argentina que une las provincias de Santa Fe, Chaco y Formosa, y es la vía más habitual para trasladarse entre el Paraguay y Buenos Aires. Corre paralela al Río Paraná, que fue la vía por la que originalmente se desplazaban los pueblos guaraníes para comerciar con pueblos vecinos del sur; por la que más tarde se adentraron en el continente las distintas avanzadas coloniales españolas. El Río Paraná, en la actualidad, fue sustituido por la Ruta 11 como el medio por el que llegan a la capital argentina las diferentes oleadas migratorias del Paraguay, y por el que regresan los que tienen la dicha de poder hacerlo.
[2] Tereré Jere, o ronda del tereré, es un formato de reunión casi doméstica en Paraguay, en el que, mientras se distribuye la bebida refrescante se conversa serena e igualitariamente.
[3] La delegación de activistas de Ñamoseke Monsanto estuvo integrada por 9 (nueve) jóvenes provenientes de Asunción, Central, Alto Paraná e Itapua. Como parte de su militancia en contra del agronegocio organizaron un viaje conjunto para participar de la “Asamblea de los Pueblos Fuera OMC”, realizada en coincidencia con la XI Reunión Ministerial de la Organización Mundial de Comercio, desde el 10 hasta el 13 de diciembre pasados.
[4] Departamentos del Paraguay.
[5] Vázquez Duplat, compiladora. Extractivismo Urbano. Editorial El colectivo 2017. Pág. 15.
[6] https://diarionco.net/blog/2017/12/13/inmigrantes-paraguayos-debatieron/
[7] “Curepa”, o “curepí”, es una síntesis de “kuré piré”, literalmente piel de cerdo. Es el apelativo despectivo con que los paraguayos nominan a los argentinos. Hay diversas teorías para explicar ese nombre; algunos afirman que se debe al cuero de las botas que portaba el ejército argentino durante la guerra de la triple alianza; otros estiman que se origina en el color rosado de la piel de muchos de los soldados de esa nacionalidad. Si bien el uso mayoritario de la apelación es despectivo, también suele ser usada cariñosamente.
[8] Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Inmigraci%C3%B3n_paraguaya_en_Argentina
[9] http://www.abc.com.py/nacionales/dos-millones-de-paraguayos-viven-en-baires-1642336.html
[10] El Índice de Gini para la propiedad de la tierra de Paraguay es de 0,93, el más alto de Latinoamérica y uno de los más altos del mundo.
[11] La “Guerra grande”, también llamada “guerra de la triple alianza” o “guerra del Paraguay” fue la contienda que enfrentó entre 1865 y 1870, al Paraguay por un lado, y a una alianza del Imperio brasileño, Uruguay y Argentina, por el otro. Las consecuencias para el Paraguay fueron devastadoras, incluyendo la desaparición del 90% de su población masculina y 15 millones de hectáreas de su territorio. Paraguay además se vio obligado por los vencedores a asumir las deudas de la contienda, lo que dio inicio a la subasta de tierras públicas, y con ella, a la subordinación nacional ante los grandes capitales extranjeros que las ocuparon.
[12] https://amnistia.org.ar/wp-content/uploads/delightful-downloads/2017/02/Migraciones-QyA-1.pdf
Fotos: Patricia López