El libro del periodista Luiz Cláudio Cunha, al abordar el caso del secuestro de los uruguayos, acaba por dilucidar aspectos aún poco conocidos de la história reciente de los países del Cono Sur y la actuación de los aparatos represivos de las dictaduras vigentes en la época
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El secuestro de los uruguayos
14/07/2017
por
Luiz Cláudio Cunha

elsecuestrodelosuruguayosPor Luiz Cláudio Cunha

Este es el reportaje de un gran reportaje –en el sentido más literal y menos arrogante del término. El reportaje es una larga travesía que contraría las prácticas y los límites de tiempo siempre estrictos de la noticia. Si la noticia es el urgente relato de un hecho, el reportaje es la descripción ampliada y circunstancial de ese acontecimiento. Se trata de un juego de paciencia, donde la investigación vence la ancestral impaciencia de la redacción por el resultado diario, por la pesquisa cotidiana de un tema sujeto al maldito destino de terminar envoltorio de pescado con el periódico del día anterior.

El reportaje de la revista Veja sobre el secuestro de los uruguayos, que se extendió durante 86 semanas, comenzó con una pregunta hecha en la edición cerrada el 29 de noviembre de 1978, después del relato pionero del encuentro de dos reporteros con hombres armados en el departamento de la calle Botafogo, una semana antes. Terminó en el reconocimiento de la edición con fecha 30 de julio de 1980, que traía la valiente decisión del juez Moacir Danilo Rodrigues, de Porto Alegre, condenando por primera vez en el país agentes del intocable mecanismo de represión armado por la dictadura de 1964. Existe un enorme espacio de tiempo entre los dos títulos de la intrigante indagación inicial – “¿Dónde estarán?” – y de la consoladora afirmación final – “Verdad rescatada” – que demarcaron la obstinada, persistente cobertura dedicada al caso.

En el intervalo entre la duda del paradero de los secuestrados y la certeza de la verdad rescatada transcurrieron 630 días, casi 21 meses, cerca de dos años de ardua investigación – superando espinosas mentiras, cavando fuentes amedrentadas, respirando el polvo del encubrimiento, procurando atajos seguros para llegar a la cumbre de las responsabilidades y a la aclaración de los hechos. No había una preocupación formal de hablar del asunto todas las semanas. Se hablaba cuando era necesario, cuando había novedades, cuando se lanzaban nuevas luces sobre el caso. No en toda edición de la revista había materia sobre el secuestro. Aún así, el espacio estaba garantizado cuando los hechos hacían obligatorio su registro. Fue lo que sucedió en los meses de diciembre de 1978 y de enero de 1979, con presencia del tema en cada una de las ocho ediciones semanales de Veja. Por otra parte, en el mes de agosto de 1979, no existe una única página sobre el secuestro.

Esa rara libertad en el abordaje de un tema tan extensivo se unía a otra condición poco común del periodismo: la dedicación de un reportero por tanto tiempo a un único tema. Liberado de la lista de rutina de otros asuntos, pasé a dedicarme de forma intensiva y casi exclusiva al secuestro. Esa opción se debía a la comprensión de los editores en São Paulo de que la pauta del secuestro exigía una permanente investigación.

La ausencia del secuestro en las páginas de Veja daba eventualmente la impresión de que la sucursal y la revista habían abandonado el tema. Sin embargo, no pasaba de un eventual retroceso táctico para un avance estratégico seguro. Se resguardaba la publicación en una u otra semana para un salto evidente en la semana siguiente. En verdad, el trabajo nunca paraba – continuábamos averiguando, investigando, confiriendo, conversando y ganando la confianza de gente asustada, que no quería ni podía aparecer. Era una batalla semanal, diaria, para ganar confianza y avanzar en la historia. Exigía tiempo y paciencia. No permitía cualquier desvío para cubrir otros asuntos más amenos.

Los hechos del secuestro tienen un detalle curioso: la intervención decisiva de tres fotógrafos en momentos personales que no registran ni siquiera un simple clic, no tomaron ni una sola foto. João Baptista Scalco, el JB, que estaba a mi lado cuando fuimos recibidos con la pistola en la cara en el departamento de Lilián y Universindo, no pudo apuntar su cámara para los policías, pero reconoció con firmeza el rostro de los secuestrados, impreso con nitidez en su memoria fotográfica.

Olivio Lamas tuvo la idea y dio el berrido poderoso que trajo a la luz el rostro de la agente del DOPS, que custodió los niños secuestrados. Ricardo Chaves tuvo una participación decisiva cuando, por el detalle y no por el retrato, rescató la pista ya descartada en la identificación de uno de los secuestradores. La conclusión de esa triple experiencia sin fotos es que los tres, en momentos diferentes de la pesquisa, justificaron como nadie la condición de reporteros fotográficos. JB, Lamas y Kadão no precisaron de máquinas para ejercer su oficio. Se valieron apenas de la inteligencia, del coraje y del sentido periodístico para reafirmar la condición de reportero más que la de fotógrafo.

El secuestro de los uruguayos sucedió ayer, a fines de 1978, al apagarse el siglo XX. Parece ahora un pasado remoto, enterrado en el subsuelo del tiempo, bajo camadas sucesivas de novedades que cubren todo aquello como un fósil del periodismo, más atrayente para la lupa de un veterano arqueólogo que para el ojo de un joven reportero.

Se vivía una acompasada era predigital, en la cual los periodistas no disponían de celular, computador, correo electrónico, laptop, Internet, Google, Wikipedia… No había gadgets, ninguna maravilla tecnológica de la realidad on–line, del paraíso high–tech y del universo wireless que pudiese facilitar la vida de un reportero. Antes de la piedra filosofal de la electrónica, existía la química, hoy tan medieval como la alquimia. Las fotos no eran un milagro instantáneo. Pasaban antes por el papel, que era bañado en solución de ingredientes mágicos que hacían la foto emerger lentamente en un baño de revelación en el cuarto oscuro. La transmisión de imágenes no era un frenesí medido en bytes o segundos. Llevaba quince, veinte minutos para transmitir cada foto, vía teléfono, por una jerigonza barullenta llamada telefoto. De ahí salía a veces no una foto, sino un borrón impresentable que nos
obligaba a repetir todo el proceso.

Las materias no eran digitadas en pantalla limpia e iluminada de computador, para transmisión fulminante vía satélite. Todo texto era dactilografiado en máquina de escribir, a lo máximo portátil, en carillas impresas que se acumulaban llenas de palabras cubiertas por la letra X – la tecla que se usaba para tapar los errores de digitación y gramática, ya que todavía no existía la milagrosa tecla “delete” de los computadores. Dactilografiada la materia, el texto era vuelto a digitar por un teletipista en la máquina de telex – un aparato punto a punto que trasmitía el texto de Porto Alegre para São Paulo, a través de una cinta picoteada que, con suerte, no se rompía. Era necesario tener suerte.

No existían cámaras ocultas, ni se usaba grabador. Pinchar era una hazaña tecnológica de alcance exclusivo de la represión. Las conversaciones eran ojo en el ojo, reportero y fuente, sin ningún grabador como intermediario. En aquellos tiempos inseguros, el micrófono de un grabador producía más inseguridad en la conversación que certeza en el texto. En más de 600 días de pesquisa, no existe una sola conversación grabada en la serie sobre el secuestro.

En tiempos asolados por la plaga que el periodista Alberto Dines apodó de “periodismo magnético”, resulta difícil imaginar que una cobertura extensiva de 86 semanas haya sido hecha sólo con el soporte de escasa tecnología como bolígrafos y libretas de anotaciones – además de las pesadas cámaras Nikon convencionales armadas con teleobjetivos no siempre discretos. Nada además de eso. El resto – diría el periodista Ricardo Kotscho – era suela de zapato, nutrido de mucha conversación, obstinación y persistencia. Aunque mezcladas por el miedo endémico de aquellos tiempos. Muchas de aquellas conversaciones hechas off the record (sin atribuición de fuente), en la investigación del secuestro, preservan el secreto de la fuente hasta hoy. Como ya dije en otra oportunidad, el off no es un valor absoluto, intangible, dogmático.

El off, como un medicamento eficaz, debe ser parsimonioso y puntual. No puede ser una droga que transforme el reportero y el periodismo en dependientes crónicos, con el cerebro bloqueado y la pulsación alterada por el vicio continuado de la información anónima – que sólo excita el periodismo irresponsable y hace tambalear la credibilidad de la información. El off es un escudo necesario cuando está en juego la integridad de la información, la seguridad de la fuente, el interés de la sociedad. Adélio Dias de Souza, el boletero de la ‘Rodoviária’, la terminal de buses de Porto Alegre, que testimonió un momento decisivo del secuestro – la detención de la uruguaya Lilián Celiberti por el delegado del DOPS Pedro Seelig – no quiso hablar formalmente. Al ser localizado por el equipo de la revista, Adélio se recusó a declarar – para mi, como entrevistado, y para el promotor, como testigo de acusación. Él, como todos nosotros, tenía miedo.

Adélio merecía ser protegido, no condenado. El peligro de venganza era tan inmediato que no se podía ni describir la escena de la ‘Rodoviaria’. La simple mención podría identificar la fuente a los policías, ya nerviosos por la investigación persistente de la prensa. En aquel momento delicado, sabíamos que más importante que la información era la protección física del informante y la seguridad de su familia. La vida es siempre mayor que el periodismo, que la tiene como misión. Aún así, la información en off del boletero fue crucial para confirmar detalles del inicio del secuestro en Porto Alegre, dando más seguridad a la investigación. Sustenté este off durante largos quince años, hasta que Adélio se sintiese seguro, en 1993, para mostrar la cara y contar su historia en un cuaderno especial del diario Zero Hora y en un documental para TV, que yo escribí y presenté como reportero y testigo del caso.

Tres décadas después del primer reportaje sobre el secuestro, descubrí animado, que algunas conversaciones difíciles en aquella época quedaron menos complicadas, desobstruidas por el tiempo, ponderadas por la distancia, depuradas en el filtro de la historia y lapidadas en la conciencia de todos. Militares y paisanos, policías y víctimas, gente del gobierno y de la oposición, personas ilustres y figuras modestas hablan hoy con más desenvoltura, aunque preservando la discreción, cuando no el anonimato.

Otras informaciones me llegaron a lo largo del tiempo, y ahondaron la pesquisa sobre el episodio desencadenado en noviembre de 1978. La investigación fue ahora más detallada y, para confirmación de datos, personajes inesperados, nuevas entrevistas fueron realizadas. Surgieron de ahí algunas de las piezas que faltaban en el montaje del rompecabezas de la investigación periodística de treinta años atrás. La necesidad de un espacio mayor para el reportaje ampliado por nuevas revelaciones hizo que yo retomase el antiguo proyecto de un libro reportaje.

En el cuerpo del libro, reconstituyo con detalles inéditos el secuestro de Lilián Celiberti y Universindo Rodríguez Díaz, yendo más allá, antes y después de aquel encuentro con los secuestradores armados de aquel viernes, 17 de noviembre. Hago un corte transversal en el tiempo, para no quedar confinado a las paredes del departamento de la calle Botafogo. Lo que sucedía allí dentro era sólo un reflejo de lo que pasaba afuera. No había comenzado aquella tarde, no acababa en aquel lugar, no se reducía a personajes secundarios de la policía local. La escena de violencia de la calle Botafogo era el reflejo de la gran política, de los grandes personajes y de las grandes tragedias que perfilaban el Brasil de fines de los años 70. Era sólo un retrato en blanco y negro de aquellos tiempos grises que el país procuraba vencer, dejando atrás el sofoco de la dictadura en busca del aire limpio de la democracia.

Nadie sabía el tiempo de esa jornada, ni si acaso sucedería. A partir de 1978, el país todavía iría a respirar el aire viciado de la Botafogo por largos siete años, hasta que el último general dejase el palacio de Planalto por la puerta del fondo, devolviendo el poder a los civiles. Por eso, más que el relato de un secuestro, este es un reportaje de los tiempos de la dictadura. En primer lugar narro la secuencia de los eventos que victimaron a Universindo, Lilián y sus dos hijos, pero hago también una incursión al pasado y actualizo la historia del presente. Parto de mi testimonio de vida y de mi visión como reportero, pero también reconstruyo episodios y escenarios conforme me fueron contados y descritos por los personajes de la narrativa, que tuvieron voz, cara y coraje para ayudarme a reconstruir los acontecimientos.

Para no quebrar el flujo de esa narrativa, evité al máximo el uso de la nota al pie de página. Recurrí a ella, en dosis mínima, sólo cuando fue necesario una aclaración puntual o una referencia específica que reforzaría la credibilidad del relato sin perjudicar el ritmo de la lectura. Adicioné además, dos anexos. En el primero, reconstituí el escenario histórico del Uruguay, que compartía los mismos dolores y tragedias con Brasil de la época de los secuestrados. En el segundo, resumí la trama de la creación de la Operación Cóndor, de la cual el secuestro de Porto Alegre es un raro ejemplo en el Cono Sur en que las víctimas sobreviven fuertes e íntegras como la dura verdad que describen a lo largo de este libro.

En este texto, la historia del secuestro se mezcla a la biografía de los personajes, no todos para ser encontrados en la calle Botafogo, ni todos contemporáneos de 1978. Ellos emergieron clandestinos en otros tiempos, en lugares distintos del Cono Sur del continente – en las vías del barrio del Menino Deus en Porto Alegre, en el sitio de violencia de la calle Tutóia en São Paulo, en la temida calle Barão de Mesquita en Rio de Janeiro, en la siniestra Automotores Orletti de Buenos Aires, en las colonias de terror de la DINA en Santiago de Chile, en los centros de tortura de Montevideo. Es la biografía de cada uno la que traza el hilo minucioso de la historia.

Aparentemente, una que otra escena puede parecer repetitiva. Es la escena recontada por el testigo del secuestro, por los secuestrados y por los secuestradores. Un recurso deliberado de narrativa para contar la historia desde tres perspectivas distintas, que convergen para una verdad más completa. Al final, como repite siempre el reportero uruguayo Roger Rodríguez: “La verdad es, la historia puede ser”. Es la integración de esa triple visión que hace la junción de la historia con la verdad. La historia narrada en este libro es la verdad que puede ser –y es. Creo también que la historia es construida por la biografía de cada uno de nosotros.El secuestro de Porto Alegre destacó algunas, rebajó otras. Recordé algunas de ellas, otras también.

Ellas son contadas en las páginas siguientes.

Operación Cóndor – El secuestro de los uruguayos
Una reportaje del tiempo de la dictadura
Servicio Paz y Justicia – Uruguay
Junio, 2017 – 432 páginas
Montevideo, Uruguay
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El libro fue presentado el 20 de junio en la Institución Nacional de Derechos Humanos, en Montevideo. El evento fue registrado por la Revista La Bicicleta: parte 1, parte 2 y parte 3. Sobre la publicación, vale ver también la entrevista que Monte Carlo Televisión hizo con Jair Krischke, activista de derechos humanos y autor de la presentación del libro.