Geoestrategia transatlántica

TTIP y CETA se suman como otro factor desestabilizante y peligroso a la confrontación política y militar actual. Estudios sugieren que la brecha entre países ricos y pobres se ampliará aún más. Por lo tanto, lo más beneficioso sería que se pueda evitar que estos acuerdos entren en vigencia
18/09/2016
por
Norman Paech

En Alemania, ya están considerando intervenciones militares a favor de las multinacionales

 Por Norman Paech*

paech Actualmente, se busca optimizar aún más el sistema de “libre comercio”, tan beneficioso para los países capitalistas industrializados altamente desarrollados, e imponer el modelo neoliberal en todo el mundo, lo que significa “promover el mercado, privatizar, desregular, proteger la propiedad privada y desdemocratizar”. El objetivo que se persigue con el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones entre la Unión Europea y los Estados Unidos, al igual que con el Acuerdo Económico y Comercial Global entre la UE y Canadá (TTIP y CETA, respectivamente, por sus siglas en inglés), no es tanto la reducción de aranceles entre los EE.UU. y la UE, que se encuentran sin los acuerdos en un 5 por ciento, un nivel ya muy bajo. Tampoco lo son el crecimiento económico y la creación de nuevos puestos de trabajo, cuyas proyecciones están bajando, así que ya no pueden entusiasmar a nadie. El debate sobre los pollos tratados con cloro y los alimentos transgénicos no agregan nada al debate, sino que desvían la atención del objetivo central del TTIP: asegurar el dominio transatlántico frente a las amenazas de cambio en las estructuras globales de poder.

El presidente del Partido Socialdemócrata (SPD) y Ministro de Economía alemán, Sigmar Gabriel, lo ha dicho sin vueltas: “Estamos hablando demasiado de los pollos tratados con cloro y demasiado poco sobre la importancia geopolítica“. Es cierto. Por lo tanto, en este artículo nos ocuparemos de los objetivos geopolíticos del TTIP y del CETA. Ambos demarcan una estrategia muy clara de confrontación y formación de nuevos bloques. El Clingendael Institute,  una ”academia” de Relaciones Internacionales neerlandesa, lo formula de la siguiente manera:

“La razón principal para el TTIP es de naturaleza geopolítica. El auge de China (y de otras economías asiáticas) combinado con la decadencia relativa de la estadounidense, sumado al malestar económico en la eurozona motivan al occidente transatlántico a aprovechar la suma de su poderío económico y político para redefinir las reglas comerciales globales de tal manera que reflejen sus principios económicos (economía de mercado regulada) y valores políticos (democracias liberales). El TTIP es un pilar de esta estrategia.“

En sintonía con la estrategia de confrontación de la UE y la OTAN, obviamente, Rusia queda de entrada excluida tanto del TTIP como del CETA. No resulta difícil justificarlo a un político identificado con la OTAN como su ex secretario general, Anders Fogh Rasmussen:

“Rusia quebró las reglas, poniendo en peligro el orden internacional que sostiene nuestra paz y nuestro bienestar…. Para mantener este orden, tenemos que seguir respaldándonos mutuamente, es decir, debemos reforzar nuestros vínculos económicos. El Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones es clave en este sentido.“

Sin duda, esta idea no se refiere únicamente a la ampliación de las oportunidades y opciones en el mercado de los armamentos. El hecho de que los involucrados en el máximo nivel de la política militar se estén metiendo en el debate sobre el libre comercio demuestra claramente la importancia militar y estratégica de tales acuerdos. En la historia, la geopolítica siempre se relacionó con el acceso a recursos y territorios ajenos, si fuera necesario también haciendo uso de recursos militares. Y la ciencia civil no tarda en hacerse eco:

Peter van Ham del Clingendael Institute quizás esté exagerando su entusiasmo cuando afirma que “el TTIP puede renovar la OTAN”, sin embargo, su esperanza respecto a la fuerza del TTIP demuestra que nuestras sospechas sobre la dinámica bélica de este proyecto de libre comercio no son tan erradas:

“Se necesita una nueva jerarquía que ponga de manifiesto cuáles son los países que realmente son importantes y comparten sinceramente  los valores e intereses del Occidente atlántico. El TTIP brinda a la OTAN un lineamiento claro para identificarlos. El TTIP tiene como objeto no solamente el libre comercio, sino que une también a estados y sociedades que confían mutuamente en sus instituciones y tienen la voluntad de defender su estilo de vida frente a los poderes competidores. Hillary Clinton no exageró cuando habló de una ’OTAN económica’. Sin unificación económica no habrá unidad estratégica.“

Quizás ya nos hayamos olvidado que lo que disparó el conflicto en Ucrania, que llegó a escalas militares, fue el rechazo del Acuerdo de Asociación con la UE por parte del entonces presidente Víktor Yanukóvich. La estructura y las perspectivas que se abren con el orden político del Acuerdo coincidían con un TLC, incluso tenía la libertad de mercado y de comercio como eje central. No solo habría atado a Ucrania a los “valores e intereses de Occidente“, sino también disuelto la estrecha relación con Rusia y cortado los tradicionales lazos económicos con ese país.

Una vez que uno se cae en la red que tejen estos acuerdos, termina ahogado cuando no  puede cumplir con sus normas y obligaciones – como le pasó a Grecia. Los dictados por parte de los estados más fuertes forman parte íntegra de este tipo de tratados que tanto hablan de la libertad. No podemos creerle a nadie en la UE o en la OTAN que no hayan sido avisados por Moscú o que no hayan tomado en serio las advertencias. Fue un juego con fuego, consciente y provocador, que sí o sí tenía que tener en cuenta que la guerra iba a ser una posible consecuencia. Los EE.UU. y la OTAN habían preparado ya hacía años, con ayuda de su dinero, sus servicios secretos y sus fundaciones, el derrocamiento y el recambio de gobierno que tuvo lugar con la “Revolución Naranja” y Yulia Timoshenko. Este mismo esquema se seguiría ante la resistencia de quienes cuyos intereses son conscientemente violados por los acuerdos de libre comercio.

Los estrechos lazos entre la guerra y la economía, especialmente en los ámbitos del comercio, el equipamiento militar y los recursos energéticos, se evidencian en los tradicionales “Libros blancos” que publica el ejército alemán. Su última edición salió el 13 de julio último, diez años después de la anterior. Ya en el “Libro blanco” de 1992, en los “lineamientos para la política de defensa” se encontraba el del “mantenimiento del libre comercio mundial y el acceso irrestricto a los mercados y materias primas en todo el mundo, en el marco de un orden económico mundial justo.”

Evidentemente, el gobierno alemán de ese entonces consideraba el orden económico imperante como justo y es de suponer que el actual no cambió esta visión. En las últimas dos ediciones del “Libro blanco” de los años 2006 y 2016 tampoco faltan referencias a la dependencia de Alemania de las rutas comerciales, los recursos energéticos y las materias primas del resto del mundo, pero se evitó entrar en detalles de cómo se suponía que el ejército alemán cumpliese su tarea de asegurar estos intereses. Ante una confesión tan explícita del gobierno alemán sobre las tareas de defensa de su ejército cuesta entender por qué el entonces presidente alemán, Horst Köhler, debió renunciar en mayo de 2010, según muchos, por expresar lo mismo en otras palabras:

“Ante la duda, en una situación de emergencia, se hará necesario incluso la intervención militar para salvaguardar nuestros intereses, por ejemplo, para asegurarnos rutas comerciales libres.“

La creencia de que renunció por esta afirmación, que es la que más difusión alcanzó, parece aún más inverosímil si se considera que el Ministro de Defensa, Karl-Theodor zu Guttenberg, repitió poco después los mismos objetivos para la intervención militar, pero nunca fue amonestado por estas afirmaciones y tampoco fueron motivo para su corta permanencia en el cargo.

Mientras, gran parte del Partido Socialdemócrata avala este concepto de seguridad que no limita al ejército alemán a actuar ante un ataque armado -como la constitución alemana sigue afirmando- sino que quiere permitir su intervención frente a un conjunto difuso de riesgos a la seguridad y “amenazas híbridas”, entre la que se encuentran el terrorismo internacional, ataques cibernéticos y el bloqueo de las rutas comerciales alrededor del globo. Así lo afirma, entre otros, el documento estratégico del “Grupo de trabajo en Política de seguridad internacional“ de la Fundación Friedrich Ebert, publicado en enero de 2014,  que lleva el título “La política de seguridad alemana necesita más capacidad estratégica”. Al igual que en los „Lineamientos para la política de defensa“ del gobierno alemán, del año 1992, se lee en ese texto:

“Tomando en cuenta la vulnerabilidad de Alemania y el hecho de que el bienestar de los ciudadanos y las ciudadanas de este país depende de modo considerable de un comercio mundial seguro y libre, así como el acceso a las materias primas, limitarse a las categorías morales no se corresponde con las necesidades reales. Lo que hace falta es generar una fundamentación convincente para el gobierno y el parlamento tanto como para la opinión pública y los medios.“

En la reunión anual de la Fundación Heinrich Böll, cercana a los verdes, un vocal del Consejo de Política de Democratización, “tanque de pensamiento” de Berlín, recomendó una estrategia todavía más audaz:

“La política alemana debe aceptar que el sistema internacional existente, principalmente las Naciones Unidas, no responde a los desafíos del desorden mundial del siglo XXI. Lo que implica aceptar, en la práctica, que actuar fuera del marco del derecho internacional puede ser necesario cuando la estabilidad del orden internacional se llega a encontrar en peligro.“

Recordemos el asalto a la ex Yugoslavia de 1999, durante la coalición de gobierno liderada por el canciller Gerhard Schröder (socialdemócrata) y el Ministro de Relaciones Exteriores Joschka Fischer (verde). Una ofensiva que constituyó una violación grosera del derecho internacional. Así lo confesó Schröder recientemente, con mucha soltura. Una versión renovada de una coalición de este tipo seguramente no le dará ninguna importancia al derecho internacional cuando se trata de una intervención del ejército alemán en favor de nuestros intereses comerciales.

Entonces, si asegurar el acceso a las materias primeras y mantener libres las rutas comerciales ya de por sí forma parte de las tareas del ejército, se plantea el interrogante qué parte de esta configuración cambiaría o se profundizaría con acuerdos de libre comercio como el TTIP y el CETA. El comercio, por definición, no busca la guerra. Sin embargo, en el contexto de un debate candente respecto a una responsabilidad cada vez mayor de Alemania en el orden mundial y el reclamo para que asuma un liderazgo más fuerte, incluyendo una menor reticencia a las intervenciones militares. Todo dependerá del ordenamiento del comercio, del marco en el que se desarrollará.

Con el TTIP y el acuerdo europeo-canadiense CETA, el sistema comercial multilateral de la Organización Mundial de Comercio (OMC), a la que pertenecen actualmente 162 estados, será dividido y disuelto en bloques de poder, en los que, sí o sí, se afirmaría el dominio de las economías más fuertes y sus corporaciones multinacionales. Se enfrentan con estados que se mantuvieron conscientemente fuera de los acuerdos y se reunieron en el grupo de los estados BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) para dotar al sistema internacional de una configuración más democrática y justa. En esta confrontación, ya no se trata solamente del comercio y del intercambio de bienes, sino de la reorientación de todo el sistema internacional según las ideas neoliberales de Occidente.

La resistencia contra estas aspiraciones de monopolio en el orden mundial viene creciendo.  TTIP y CETA se suman como otro factor desestabilizante y peligroso a la confrontación política y militar actual. Está comprobado que los Acuerdos de Asociación Económica (EPA, por sus siglas en inglés) con su zona de libre comercio entre la Unión Europea y el grupo de los estados de África, Caribe y Pacífico (ACP) no han logrado cerrar la brecha entre los estados ricos y pobres, lo que tampoco se logrará con TTIP y CETA. Los estudios más recientes sugieren incluso que esta brecha se ampliará aún más. Por lo tanto, con miras a la seguridad de los últimos, lo más beneficioso sería que se pueda evitar que estos acuerdos entren en vigencia.

La estrategia del vicecanciller socialdemócrata Sigmar Gabriel es evidente: supuestamente descartar el TTIP para darle curso al CETA, una maniobra pérfida con la que pretende llevar para su lado los críticos en el interior de su partido, que hacen cada vez más presión, y llevar a su “rebaño” el 19 de septiembre a votar a favor del CETA en el congreso partidario no público, convocado exclusivamente con este objetivo.

El CETA abriría, por la puerta trasera canadiense, el acceso al imperio de la libertad del TTIP para las corporaciones multinacionales y el capital internacional. Trátese del nuevo Sistema Judicial de Inversiones o del Consejo de Cooperación Reguladora previsto, que podrá inmiscuirse en el trabajo legislativo de los parlamentos nacionales, o de la violación del principio de precaución: con el CETA, las corporaciones tendrán todo dispuesto a su voluntad. Son razones suficientes para rechazar el CETA tan tajantemente como el TTIP.

*Norman Paech, profesor emérito de derecho y ex socialdemócrata, fue diputado federal de LA IZQUIERDA, de 2005 a 2009. El texto es la segunda parte de un discurso que pronunció el 1 de septiembre pasado (el día anti-guerra), en un evento del sindicato de servicios Verdi, en Hamburgo. Versión completa en alemán: freihandel und seine folgen (pdf)

http://norman-paech.de/

 Traducción: Katrin Zinsmeister