Por Ariel Dorfman, Página 12.
“Desde la distancia de América latina, el asalto terrorista a Charlie Hebdo se siente aterradoramente cercano, se siente tristemente familiar.
No hace mucho, acá en Santiago de Chile, no lejos de la casa en que vivo parte del año con mi mujer, Angélica, periodistas y escritores que se atrevían a enfrentar al régimen del general Pinochet fueron sistemáticamente asesinados, sufriendo, muchos de ellos, torturas antes de que los mataran. Entre tantos, recuerdo especialmente a José Carrasco (lo llamábamos Pepone), quien fuera alumno mío en la universidad, luego amigo y compañero de revolución y exilio y, ya de vuelta en Chile, redactor de Análisis, una revista semiclandestina que publicaba frecuentemente artículos satíricos, semejantes a algunos que se suelen leer en Charlie Hebdo. La policía secreta vino por Pepone justo antes del amanecer del 8 de septiembre de 1986. Le advirtieron que no se molestara en ponerse los zapatos. No iban a hacerle falta, dijeron. Unas horas más tarde apareció su cadáver acribillado a balazos”.