La XI° Reunión Ministerial de la OMC realizada en Buenos Aires dejó un sabor amargo en la boca del multilateralismo comercial. Aun así, generó resistencias: la Cumbre de los Pueblos, organizada como evento paralelo, tuvo un balance más que positivo
Por Luciana Ghiotto*
Los anfitriones argentinos sostuvieron que se trató de una reunión exitosa pero en realidad sólo pudieron festejar la incorporación de Sudán del Sur como nuevo miembro. En el marco de una fuerte crisis del organismo, el gobierno argentino se empeñó en decir “hay vida más allá de Buenos Aires”, lanzando hacia adelante la resolución de esta crisis, que deberá encararse en el camino hacia la nueva ministerial de 2019. En definitiva, esta reunión pasó, al decir argentino, sin pena ni gloria.
Sin embargo, a pesar de que adentro de la ministerial no se haya avanzado en resoluciones, su realización en Buenos Aires sí tuvo un impacto significativo sobre el orden político sudamericano. En primer lugar, se trató de la primera vez que la OMC desembarca en América del Sur, en un contexto regional altamente favorable al libre comercio. Las visibles dificultades prácticas de las propuestas de integración alternativas como el ALBA, sumado a la crisis económica y política atravesada por gobiernos como el venezolano, dejaron el terreno allanado para el retorno del libre comercio presentado como la única opción para garantizar el aumento de las inversiones extranjeras.
De este modo, la “lluvia de inversiones” que se promete estaría garantizada con el “retorno” de los países a la órbita de la seguridad jurídica, lo cual se produce a través de la suscripción de Tratados de Libre Comercio (TLC) y de Tratados de Inversión que den certidumbre a los inversores. El intento de los países del Mercosur por adherir a la Alianza del Pacífico va en ese camino, mientras se negocian diversos TLC intra-regionales.
En segundo lugar, la llegada de la OMC significó una excusa para el aumento de la militarización en la región. El gobierno argentino avanzó en la compra masiva de equipamiento militar y policial para garantizar la seguridad de la Reunión. A esto se suma que en 2018 Argentina recibirá la Cumbre del G-20, para lo cual se estima que se desembolsará la suma de 150 millones de dólares entre gastos de seguridad y gastos organizativos. Se ha informado públicamente la adquisición de gases lacrimógenos, cascos, chalecos, municiones, proyectiles, vallas, cartuchos, helicópteros, aviones, sistemas de radares, buques de guerra, fragatas misilísticas, entre otros. El saldo de estas reuniones es una actualización tecnológica y de equipamiento de las fuerzas armadas locales que, una vez terminado el bienio de reuniones y cumbres, estarán disponibles para su uso interno en un marco de creciente criminalización de la protesta social.
En tercer lugar, esta reunión se realizó en un contexto de desconfianza del gobierno con respecto a la sociedad civil que históricamente sigue las Ministeriales. Un hecho insólito, constituido en papelón internacional, fue la elaboración de una lista con más de 60 nombres de activistas que no sólo fueron desacreditados de la Ministerial, sino que tuvieron problemas para ingresar al país. Los casos más escandalosos fueron los de Petter Titland de ATTAC Noruega y Sally Burch de ALAI Ecuador, a quienes se les negó el permiso de entrar a la Argentina y fueron devueltos a sus países de origen sin mucha explicación.
Esta política de rechazo a cualquier participación civil en la ministerial demostró por un lado, el profundo desconocimiento del gobierno argentino sobre el funcionamiento histórico de este tipo de organismos internacionales y, por otro, cristalizó la tensa relación que existe entre el gobierno y las organizaciones sociales a nivel interno. No debería extrañarnos que para la cumbre del G-20 desplieguen la misma estrategia con el objetivo de mostrar que tienen todo “bajo control”.
Entonces, más allá de lo que sucede al interior de estas reuniones, el impacto local y regional es notorio, y no sólo sobre el país anfitrión, sino sobre el modo en que se piense la política regional en los próximos años.
La Cumbre de los Pueblos: de lo nacional a lo global
Mismo si esta ministerial presentó magros resultados, quedó en evidencia que esta organización sigue generando resistencias. A donde quiera que vaya la OMC, al igual que el G-20, el G-7, la Organización de Estados Americanos (OEA), el FMI, o cualquier otro foro internacional que sólo vela por los intereses corporativos y de los Estados más grandes, las organizaciones sociales alzan su voz en su contra y se organizan para visibilizar la posición crítica a este multilateralismo engañoso.
Frente a la llegada de la OMC a Buenos Aires se armó en Argentina la “Confluencia Fuera OMC”. Esta confluencia nació a mediados de 2017 y se conformó con más de 100 organizaciones nacionales, a las que se sumaron otras 100 regionales y globales. El espacio “Fuera OMC” fue impulsado por la Asamblea “Argentina mejor sin TLC”, creada en 2016 a partir del resurgimiento de la agenda de libre comercio traída por el gobierno de Macri. Esta asamblea funciona de manera coordinada con sus aliados regionales contra el libre comercio, especialmente las plataformas creadas en los últimos años frente al Tratado Transpacífico (TPP) en Chile, México y Perú, además de aliados históricos de la lucha contra el ALCA como la Red Brasilera por la Integración de los Pueblos (REBRIP). A la confluencia “Fuera OMC” se sumaron además organizaciones con una larga trayectoria en la resistencia global y continental, como la Red ATTAC, Amigos de la Tierra, La Vía Campesina y la CLOC, Latindadd, Global Forest Coalition, Transnational Institute, Global Justice Now, el Comité por la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo (CADTM), DAWN, Jubileo Sur, entre otras, así como las campañas más recientes como Desmantelemos el Poder Corporativo.
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La confluencia “Fuera OMC” decidió que enfrentaría la llegada de la ministerial con manifestaciones callejeras pero también con la discusión sobre las alternativas, levantando el guante del proceso de la Cumbre de los Pueblos en Bali en 2013. Esto no implicó dejar de lado lo que iba sucediendo al interior de la ministerial; sin embargo, la decisión estuvo puesta sobre el trabajo de las alternativas y la crítica al sistema de comercio en su conjunto, apuntando a la OMC como una organización que nació del corazón del neoliberalismo y los privilegios de las corporaciones.
Sobre este entendimiento se montó la Cumbre de los Pueblos “Fuera OMC, construyendo soberanía”, donde funcionaron foros temáticos enfocados sobre las alternativas al capitalismo, formas sustentables de relación con la naturaleza y los bienes comunes, el modelo productivo y de consumo, la economía popular y la economía feminista. Durante tres días, más de 2.500 personas discutieron sobre la propiedad intelectual y el uso social de los medicamentos, el rol de la juventud, la resistencia de las mujeres al libre comercio, los impactos de los tratados de libre comercio, las transnacionales y la deuda externa, entre otros temas, que quedaron plasmados en la Declaración Final de la Asamblea de los Pueblos.
El balance final de la Cumbre de los Pueblos ha sido más que positivo. El proceso de organización, articulación y debate implicó un crecimiento político neto para las organizaciones que se comprometieron a nivel nacional y regional. Sin embargo, el armado no fue fácil, ya que los movimientos argentinos no venían siguiendo las negociaciones de la OMC ni los debates globales. Efectivamente, la llegada de la ministerial implicó para muchas organizaciones su primer contacto con el proceso de resistencia global.
Podríamos pensar en un momento similar en la campaña contra el ALCA y la Cumbre de los Pueblos de Mar del Plata en 2005, pero ese proceso fue exclusivamente del continente americano. En cambio, la ministerial de la OMC implicó el arribo de la resistencia global a Buenos Aires, lo cual impactó en los temas discutidos y las miradas traídas por los activistas de otros continentes, que dejaron una riqueza de análisis y una pluralidad de miradas que sirvió para enriquecer el pensamiento y acción de las organizaciones locales. Este contacto sin duda representa un saldo positivo para el movimiento popular argentino, así como un salto de formación política y humana de los participantes de la cumbre.
Pero claro, no ha sido todo color de rosa, y son muchos los desafíos que quedan, especialmente en el camino al G-20 en Buenos Aires en 2018. El éxito ha sido importante, pero aún falta mucho trabajo político, especialmente en lo que hace a la coordinación entre movimientos, ya que los últimos años hemos visto una fuerte desarticulación de las grandes organizaciones continentales.
Esta situación no es puramente americana: nuestros espacios de articulación global han ido mutando, como el Foro Social Mundial, y se arman y desarman las campañas en América del Norte, Europa y Asia. Vivimos en un momento en lo urgente del cambio lo hemos reemplazado por los lindos espejitos de colores que nos trae el capitalismo, con sus falsas discusiones y debates altamente técnicos, llenos de datos, en otros idiomas incomprensibles, donde cada vez menos gente puede opinar, y parece que si no se tiene un título universitario no se puede entender el camino de la liberalización, de la deuda, de la OMC o del G-20.
Entonces, no perderse en los detalles, en las notas al pie, se vuelve crucial. Tenemos que mantener la pantalla grande en mente, toda la fotografía de cómo funciona y se reconfigura cotidianamente el capitalismo. Con libre comercio o con proteccionismo, la esencia es siempre la misma: la explotación del trabajo y la expoliación del planeta. El camino de las Cumbres de los Pueblos, centradas en discutir alternativas, lo que queremos, lo que hoy construimos y es urgente, se vuelve entonces cada vez más necesario.
*Luciana Ghiotto es especialista en Economía Política Internacional, investigadora del CONICET/UNSAM. Miembro de ATTAC Argentina y de la Asamblea “Argentina mejor sin TLC”. Fue una de las coordinadoras de la Cumbre de los Pueblos “Fuera OMC, construyendo soberanía”.
Foto: Gerhard Dilger