Reflexiones desde Bolivia antes de la visita del Papa a Ecuador, Bolivia y Paraguay
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La Encíclica del sentido común
07/07/2015
por
Elizabeth Peredo Beltrán, OBCCD

Por Elizabeth Peredo Beltrán*papa francisco

Es muy reconfortante que el Papa Francisco haya planteado con su Encíclica un mensaje a la humanidad señalando la urgente necesidad de responder a la crisis climática, ecológica y social con un cambio profundo del sistema, cuestionando a gobiernos y corporaciones como los responsables principales de esta crisis que amenaza la vida y los valores solidarios y espirituales de la civilización en el planeta y poniendo en primer lugar las consecuencias morales de la falta de respuesta a esta urgencia.

El Papa Francisco se ha destacado en poco tiempo por dar señales para renovar la Iglesia Católica. La Iglesia, cuando es autorreferencial, sin darse cuenta, cree que tiene luz propia…”, dice y busca una nueva lectura de la doctrina, propone la unidad con las iglesias ortodoxas y condena el maltrato infantil, la pedofilia y los abusos económicos en sus propias filas; por tanto, ha ido ganando una autoridad moral indiscutible.

La Carta Encíclica “Laudato Sí” sobre el Cuidado de la Casa Común se constituye en un mandato ético para el mundo católico enfocado en los derechos ambientales y expresa una nueva visión que recoge el sentir de los pueblos, de las comunidades religiosas, los datos de la ciencia, las preocupaciones de pensadores y pensadoras sociales y amplifica las voces de millones de gentes que se rebelan a la injusticia y desigualdad provocada por la destrucción ambiental, voces que nos vienen alertando sobre las devastadoras consecuencias de la obsesión por el ¨desarrollo¨ que encarnan gobiernos y corporaciones.

Y hoy es fundamental cuestionar el sistema antropocéntrico que carcome al planeta bajo el dogma neoliberal, que impulsa a tontas y ciegas el sobreconsumo y el desperdicio como motor del desarrollo. Como si fuera una nueva religión, el sistema dominante nos dice que el centro son el mercado, el dinero y el crecimiento económico y que para ello hay que sacrificar la naturaleza y los cuerpos.

La Encíclica enfatiza en recuperar el concepto del bien común, y entre muchas otras cosas, plantea una “cultura del cuidado que impregne toda la sociedad”. La gente y el planeta están primero.

También plantea considerar la interconexión de los sistemas de dominación y la necesidad de mirar la salida desde una perspectiva holística que nos renueve el sentido de pertenencia e interdependencia en lugar del de propiedad y dominio.

Al hacerlo, recoge las visiones más progresivas que se van gestando en la búsqueda de conectar la Naturaleza con los seres humanos, el cuidado con los sistemas sociales, la ciencia con el corazón. Corrientes que cuestionan el paradigma dominante que se sostiene en una relación de dominación con la Naturaleza y entre las personas, donde la violencia se ha convertido en el instrumento para dominar y “progresar”.

Pero quizá lo mas relevante es que su texto enfatiza en tres argumentos que se han venido construyendo desde la ciencia y el activismo del clima: el cambio climático es real y es de origen antropocéntrico, la economía capitalista y las tecnologías no son suficientes para salvarnos de una catástrofe y negar esta realidad es nada menos que negligencia con la humanidad y con el futuro, un camino suicida e irresponsable con la vida. Cosa que las corrientes negacionistas, extractivistas y desarrollistas no habrán recibido con mucho agrado.

Esta Encíclica se ha dado en los días previos a la visita del papa a Bolivia, uno de los países que visto desde afuera aparenta ser el mayor defensor de la Madre Tierra y que, sin embargo, está desplegando un modelo de crecimiento económico extractivista que se sostiene en el consumo.

Coincide con el hallazgo de un nuevo pozo petrolero en las tierras bajas de Bolivia que aumenta las reservas de combustible en el país -hoy base de la economía- junto con la amenaza de expulsar a quien se atreva a cuestionar políticas económicas  para ampliar el extractivismo; o políticas tales como la decisión de explotar recursos en las áreas protegidas, ampliar dramáticamente la frontera agrícola en alianza con la empresa privada, dejar que los transgénicos ocupen un lugar privilegiado en la producción agropecuaria, entre otras políticas desacertadas que van ganando terreno.

Mientras tanto, y paradójicamente, el movimiento climático internacional se concentra cada vez más en campañas por la desinversión en combustibles fósiles, alarmados por el lobby petrolero, las enormes reservas de éstos en los mercados y la constatación de que los compromisos ante la Convención del Clima no son suficientes para estabilizar la temperatura a menos de 2 grados Celsius hasta mediados de siglo.

El justificativo del gobierno es que la economía y los sistemas de redistribución social están basados esos recursos petroleros y gasíferos, pero la gestión no está acompañada de políticas sensatas de transición a modelos energéticos renovables y sostenibles que aprovechen estos ingresos para transformar la economía y las dependencias de manera radical.

Al contrario, los gobernantes buscan convertirnos en una “potencia” energética  para la región, alimentando un imaginario populista de “progreso” y dominio de la tecnología sin pensar en las consecuencias ambientales (entre ellas la contaminación y el uso abusivo del agua) y culturales que se derivan de esta visión megalómana.

Peor aún: el gobierno avanza en planes de energía nuclear, -absolutamente innecesaria en cuanto a provisión de energía comparada con las óptimas potencialidades de energías renovables que tenemos y totalmente a contra ruta de los principios esenciales de los derechos de la Madre Tierra-, destinando hoy 2.000 millones de dólares de nuestro presupuesto público y en el marco de un condenable “secretismo” hacia la población sobre sus peligros, minimizando cínicamente las lecciones que la tragedia nuclear de Fukushima nos ha dejado, las mismas que motivaron el apagón nuclear en Alemania y una renovada corriente civil anti nuclear en el mundo.

Una realidad muy compleja por cierto, que será necesario analizar con más detenimiento en una perspectiva de largo plazo y la urgencia de salvar el clima de la negligencia capitalista. La deuda climática y la injusticia de que los países ricos son los responsables mayores de la crisis y por tanto los primeros mandados a decrecer en sus economías para transferir sus recursos al Sur, está mencionada en la Encíclica citando incluso la Carta Pastoral de Bolivia.

Pero no podemos dejar de considerar que si no se encara esta complejidad sin repetir los errores y la negligencia del desarrollo capitalista en el Norte, será imposible dar respuesta a las consecuencias de la desigualdad y la injusticia climática, -que ya son una realidad en nuestra región afectando a los más pobres-, y menos pretender pasar a la historia a la altura del desafío.

Pues bien, esta Encíclica deja un valioso mensaje al mundo católico para animar la rebeldía y cambiar el paradigma de la destrucción por el del cuidado. Se suma a las millones de voces que han dicho “basta” a esta locura y propone un cambio sustantivo que pasa por una dimensión ética. Y lo ha hecho en un año crucial de las negociaciones del clima, que para muchos ya han perdido el camino para una solución efectiva.

La Encíclica es una invitación (no una receta) que puede inspirar y permitir articular la sociedad civil; las propuestas emergentes de este mensaje seguramente serán construidas por los tejidos sociales diversos que se identifiquen con ella. No comparto, sin embargo, la utilización maniquea que hacen algunos políticos, hasta los “marxista leninistas” que de pronto parecen ahora poco menos que “ecuménicos” y “más papistas que el papa”.

El oficialismo inclusive habló de la soberbia como “pecado favorito del demonio”-término que no se menciona ni una sola vez en la Encíclica- para condenar al Padre Mateo Bautista quien en las últimas semanas ha denunciado la mala calidad de los servicios nacionales de salud y ha iniciado una campaña por el 10% de inversión en salud en el presupuesto nacional, dando lugar a una fuerte polémica con los ministros. Mientras tanto y paradójicamente, el Ministerio de Turismo comunica con entusiasmo que la llegada del Papa va a movilizar más de 120 millones de dólares.

Lo fundamental, pienso, es hoy recoger esa inspiración de cambio sin perder el espíritu crítico ni la creatividad. No olvidemos que la Iglesia Católica tiene entre sus fundamentos una visión patriarcal, que ha contribuido a una concepción opresora de las mujeres, a sembrar el miedo en torno a nuestros derechos sexuales y reproductivos y que aún condena las opciones sexuales diversas. Es una institución que no permite el ejercicio del sacerdocio femenino y, sin negar las corrientes progresistas en su interior, mantiene la discriminación hacia las mujeres. Y, superar la desvalorización de las mujeres… (disculpen todos) es imprescindible para un verdadero cambio de paradigma humanista y ecológico.

La convicción en el cambio de verdad, la generación de una nueva cultura de relación con la Naturaleza y la creatividad son los elementos esenciales para acompañar la inspiración que proporciona la Encíclica “Laudato Sí”. Un buen ejemplo de creatividad y resistencia lo ha dado la sociedad civil en Holanda en estos días que ha logrado un triunfo sin precedentes en la lucha contra el cambio climático con una Ley que obliga a su Estado a reducir las emisiones de efecto invernadero de manera sustantiva aumentado su compromiso de reducir el 16% a un 25% de emisiones para 2020. Lo hicieron con el argumento elemental de que los Estados “tienen la obligación de proteger a los ciudadanos de los grandes peligros derivados del cambio climático”.Nuevamente, la gente y el planeta son primero.

Esta pequeña gran victoria, me remite a una de las reflexiones de la Encíclica del Papa Francisco que dice que lo que está en juego no es simplemente el futuro… es nuestra dignidad. Este documento, pues, recoge el mas elemental sentido común que está en la base de la comunidad humana: el del cuidado de la vida.

*Elizabeth Peredo es Psicóloga Social del Observatorio Boliviano de Cambio Climático y “Desarrollo”

Caricatura: DonkeyHotey/Flickr