¿Por qué en un momento de derrota de la izquierda en América Latina y en todo el mundo hablamos aún de Rosa Luxemburgo? ¿Qué hizo esa revolucionaria judeo-polaca-alemana para que, cien años después de su asesinato, sus ideas aún nos interpelen?
Por Isabel Loureiro, Conamuri
Muy brevemente hay que decir que Rosa militó durante 20 años en la socialdemocracia de Polonia (SDKPiL) y en la socialdemocracia de Alemania; polemizó la vida entera con Lenin; participó activamente en la Revolución Rusa de 1905; fue profesora de economía política en la Escuela del SPD (Partido Socialdemócrata Alemán), la única mujer; junto con sus amigos del ala izquierda del SPD, fundó la Liga Spartakus –nombre en homenaje al gladiador tracio que lideró una revuelta en la Roma antigua–; pasó toda la guerra en la prisión, donde escribió cartas muy líricas a sus amigos y amores; salió de prisión en noviembre de 1918 y se convirtió en líder de la Revolución en Alemania; a finales de diciembre de 1918, fue cofundadora del KPD (Partido Comunista de Alemania); fue asesinada por tropas paramilitares (precursoras de las tropas nazis) el 15 de enero de 1919. Sus asesinos tuvieron penas leves y vivieron tranquilamente en la Alemania nazi.
La recepción de sus ideas en el siglo XX ha sido muy controvertida. En vida, Rosa sufrió ataques machistas de sus compañeros de partido que tenían miedo de su lengua mordaz y de su independencia de espíritu. Se referían a ella como “materialista histérica” o “perra venenosa, pero brillante” (Víctor Adler); cuando fue nombrada redactora jefe de un importante periódico socialdemócrata se enfrentó casi a una rebelión de los colegas periodistas que dudaban de su competencia por el hecho de ser mujer.
Los conservadores en Alemania la llamaban “cerda judía”; en Polonia, su tierra natal, es odiada hasta hoy; en 2001, cuando la alcaldía de izquierda de Berlín propuso construir un monumento en su homenaje, se desencadenó una tempestad de críticas en la prensa y ataques contra la mujer, ahora más sutiles: ella nunca recibió una propuesta de matrimonio de los amantes ni nunca concretó el deseo de tener hijos. ¿Quién cuestionaría a un hombre de esa manera, apelando a su vida privada?
Además de las críticas machistas, existían las críticas de carácter político que han empezado con Lenin, continuaron en el KPD –el Partido Comunista de Alemania– y llegaron al paroxismo con el estalinismo que procuró extirpar su memoria del campo de la izquierda. Por ejemplo, Thälmann, dirigente del KPD, dijo en 1932: “En todas las cuestiones en que Rosa Luxemburgo tenía una concepción diferente de la de Lenin, ella estaba equivocada.” Pero esa tentativa de matar su memoria fue en vano. Rosa sobrevivió subterráneamente hasta ser redescubierta en los años 1970 cuando en la República Democrática Alemana se empezó a publicar su obra completa: escritos políticos, teóricos y cartas.
Es un hecho que Rosa siempre vuelve en momentos de crisis de la izquierda. Esto ocurrió en Brasil después de la Segunda Guerra Mundial; en Europa en la rebelión de 1968; en el movimiento Occupy; en Brasil el año pasado con el movimiento de las ocupaciones de escuelas cuando volvemos a vivir un “momento Rosa Luxemburgo”. ¿Por qué sucede esto?
Veamos rápidamente algunas de sus ideas políticas para entenderlo: la defensa intransigente de las libertades democráticas en todas las sociedades y en todos los tiempos; la crítica incisiva a la concepción de un partido de vanguardia formado por un núcleo duro de revolucionarios profesionales separados de las bases, cuya función sería la de liderar a las masas populares que, a su vez, se limitarían a obedecer al mando desde arriba; la defensa incondicional de la necesidad de la formación política e intelectual de las clases subalternas, que ella veía como prerrequisito para su independencia política; y, finalmente, una idea que está en el orden del día, la de la espontaneidad de las masas populares.
Es decir, la idea de que las capas subalternas de la sociedad entran en acción independientemente de las palabras de orden dadas por liderazgos partidarios o sindicales y que la organización se construye a partir de la propia lucha, cotidiana y/o revolucionaria. Pero ella también sabía que solo la espontaneidad no resuelve todo, que el trabajo organizativo es fundamental para estructurar las explosiones de energía que brillan esporádicamente en el cielo gris de la vida cotidiana.
Para decirlo en pocas palabras, pienso que lo que más atrae a un lector contemporáneo en el pensamiento de Rosa Luxemburgo es su defensa apasionada de la libertad, tanto pública como individual. Para Rosa no hay sociedad libre sin individuos libres, conscientes, no manipulados, bien por liderazgos políticos, por los medios, por la propaganda (como diríamos hoy en un lenguaje actualizado), o, en el plano individual, por sus pasiones y fantasmas.
Rosa es hija de la Aufklärung, del Siglos de las Luces, como todo el marxismo. Ese era su mundo y su límite. Pero a pesar de que hoy sepamos que no basta con la aclaración racional, creo que ella tenía razón de creer que no existe posibilidad de voltear la página sin la iniciativa y la participación activa y consciente de los de abajo, los que más sufren con la desigualdad económica, social y política engendrada por el capitalismo.
Hay también otra idea de Rosa que nos atrae hasta hoy y que aparece en el ensayo La crisis de la socialdemocracia (1916). En ese balance amargo del proceso de descomposición de la socialdemocracia alemana –que culminó en la aprobación de los créditos de guerra por la bancada del SPD el 4 de agosto de 1914–, Rosa coloca en cuestión por primera vez la idea ingenua de progreso, típica de la IIa Internacional.
Para los socialistas hegemónicos en esa época, esa idea se traducía en la creencia de que el socialismo resultaría, tarde o temprano, de las contradicciones inmanentes al modo de producción capitalista. En ese ensayo, uno de los mejores, Rosa pone en el orden del día la consigna socialismo o barbarie, dando así a entender que el socialismo ya no es una garantía pero es una apuesta. Y esa apuesta solo puede ser vencida si hay el compromiso activo de las clases subalternas, aquí y ahora, contra la barbarie. Esta es la interpretación de Michael Löwy, con la que estoy totalmente de acuerdo.
También hay que referirse a su obra de economía política en la cual presenta elementos de una visión “tercermundista” que es muy fructífera para América Latina. Según Rosa, la acumulación del capital, además de la apropiación de la plusvalía, solo fue y es posible en el intercambio entre economías capitalistas y no capitalistas. Esta continúa hasta hoy con una descripción válida del proceso de desarrollo histórico del capitalismo como proceso global y, consecuentemente, una buena descripción de la destrucción violenta de las culturas y de los espacios no capitalistas. Ese proceso violento de acumulación primitiva permanente (acumulación por expropiación, para Harvey), además de los métodos tradicionales de expropiación territorial, consiste también en convertir antiguos derechos en mercancías.
Rosa enfatiza la violencia con la que las culturas primitivas son aniquiladas por el colonizador europeo y sustituidas por la economía de mercado. Eso no significa progreso con respecto al período anterior, sino solo la ruina económica y cultural de los pueblos originarios. A diferencia de una concepción iluminista del progreso según la cual la violencia capitalista es vista como un mal “necesario” en el camino que lleva al socialismo, Rosa cree que los pueblos originarios pueden enseñar a los “civilizados” formas más igualitarias de sociabilidad, no predadoras, determinadas por los intereses de la colectividad.
Rosa Luxemburgo, que era polaca –o sea periférica en la Europa de principios del siglo XX– tiene percepciones que no desarrolla pero que apuntan hacia una concepción de historia distinta del marxismo ortodoxo de su tiempo, caracterizado por una fe ingenua en el desarrollo de las fuerzas productivas. Las poblaciones tradicionales en América Latina, en busca de un modelo de desarrollo crítico al modelo de civilización oriundo de la Revolución Industrial, que lleva necesariamente a la dicotomía entre pobres y ricos y a la destrucción de la naturaleza, pueden tener en Rosa Luxemburgo una fuente de inspiración.
Y por último, Rosa es una referencia para las feministas. Basta pensar en el funcionamiento interno de las organizaciones políticas, de los movimientos, donde impera la jerarquía, el centralismo, la rigidez, la burocracia, todo lo que Rosa cuestiona. Además, al construirse como mujer independiente, que actúa en el espacio público, también cuestiona la sujeción de las mujeres al aislamiento de la vida privada, a la sumisión a los hombres, o sea, cuestiona el patriarcado que es inseparable del capitalismo.
En breve, una casa editorial de Brasil publicará la traducción del original inglés (Kate Evans) de una biografía-historieta de Rosa Luxemburgo –Red Rosa/Rosa Roja– que enfatiza la Rosa feminista. Lo que vemos en esa biografía es una mujer que además de la dedicación apasionada a la militancia y a la revolución se entrega de cuerpo y alma a los placeres de la vida, al amor, al sexo, a la naturaleza, a la pintura, a la música, a la literatura.
La autora muestra también una profesora talentosa, que sabía explicar didácticamente a los estudiantes (adultos que frecuentaban la Escuela del Partido) los contenidos más difíciles de la economía política, todo eso coronado por una escritura llena de vivacidad, de ironía, palabras espirituosas, o una escritura llena de lirismo, como muestran las cartas de prisión.
Sobre todo lo que es muy lindo en esa biografía escrita por una joven mujer no especializada en la obra de Rosa Luxemburgo es mostrar la proximidad entre esa revolucionaria que vivió en el paso del siglo XIX al XX y nosotras/nosotros, una proximidad que se deriva en parte de su intensa relación con la vida, con todo lo viviente. Ese es un rasgo muy fuerte de su personalidad que la lleva a oponerse a todo lo que es rígido, inflexible, mecánico, en una palabra, burocrático. Cuando, por ejemplo, critica a Lenin, Rosa dice que su concepción de partido y de revolución es mecánico. A Rosa le gusta la metáfora de la vida en contraposición a lo mecánico.
Para ella: “Solo la vida sin obstáculos, efervescente, lleva a miles de formas nuevas e improvisaciones, saca a luz la fuerza creadora, corrige por su cuenta todos los intentos equivocados. La vida pública de los países con libertad limitada está tan golpeada por la pobreza, es tan miserable, tan rígida, tan estéril, precisamente porque, al excluirse la democracia, se cierran las fuentes vivas de toda riqueza y progreso espirituales.” (La Revolución Rusa).
Rosa critica a los bolcheviques porque al cerrar la Asamblea Constituyente no dejan que las capas populares hagan sus propias experiencias de la vida democrática en la Revolución; es como si Rosa dijera que ellos intervienen desde afuera porque ya saben lo que es mejor para el pueblo, porque ya tienen una idea de lo que el pueblo debe hacer. Así sustituyen las masas populares que aún no están listas para el socialismo.
Para Rosa, el socialismo solo puede ser obra de las propias masas, no de liderazgos intelectuales que saben mejor lo que es bueno para ellas. Para eso es necesario tiempo de madurez. “Tiempo no es dinero, tiempo es el tejido de la vida”, como dijo el gran crítico literario, Antonio Cándido, que también era socialista. La democracia y más aún el socialismo democrático es una invención permanente que necesita vida pública libre, absolutamente necesaria para la formación política de los de abajo.
La creencia en las virtudes curativas de la vida aparece muchas veces en su correspondencia de prisión como, por ejemplo, en esta carta a su amiga Sonia Liebknecht (de diciembre de 1917), donde explica por qué no se desespera por vivir tanto tiempo encarcelada: “Creo que el secreto no es otro que la propia vida (…) Bajo los pasos lentos y pesados del centinela canta también una bella, una pequeña canción de la vida, basta apenas saber oír.”
En suma, la biografía de Rosa Luxemburgo escrita y diseñada por Kate Evans no es como otras anteriores la de una mártir asexual y llena de pudor, que sacrificó la vida en el altar de la Revolución –como si fuera una santa comunista– sino una mujer de carne y hueso, divertida, osada, al frente de su tiempo, que rechazaba el corsé, controlaba su cuerpo para no quedar embarazada, en una palabra, una mujer que conquistó su libertad con mucha lucha y sacrificio. Ella sabía que libertad otorgada no es verdaderamente libertad. Ese es el mensaje, creo, que Rosa deja para las mujeres del siglo XXI que luchan aún por su emancipación.