“¿Cuál es su intención en esta plática?”, le exclama Betty, libreta en mano, a Raúl Zibechi, quien recién llegado habla de su experiencia sobre la lucha de las trabajadoras sexuales en Uruguay. “Hacer volar la palabra de ustedes a otros lugares”, responde.
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Trabajadoras sexuales de Brigada Callejera comparten sus testimonios
20/08/2015
por
Alejandro Bazaine, Desinformémonos

¿Por qué terminé en esta puta vida?

Por Alejandro Bazaine, Desinformémonos

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México, DF. Entre cambalaches y comercios ambulantes que ocupan la calle Corregidora en el céntrico barrio mexicano de La Merced, hay un pequeño portal, desapercibido, por cuyas escaleras se llega al local de la Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer “Elisa Martínez”. Hoy toca evento y una fila de mujeres y transexuales asoma la cabeza a un pequeño departamento donde se imparte una plática. El invitado es Raúl Zibechi, activista y pensador uruguayo, quien ha venido a conocer de primera mano la lucha y las historias de los y las trabajadoras sexuales autoorganizadas en la brigada callejera. El local es pequeño, y hoy está abarrotado porque todo el mundo quiere hablar. Cárteles de promoción a la salud se entremezclan con afiches zapatistas y con la instantánea enmarcada de un sub Comandante Marcos, mirando las linduras que esconde una falda.

“¿Cuál es su intención en esta plática?”, le exclama Betty, libreta en mano, a Zibechi, quien recién llegado habla de su experiencia sobre la lucha de las trabajadoras sexuales en Uruguay. “Hacer volar la palabra de ustedes a otros lugares”, responde. El periodista e intelectual, cuya militancia política se remonta a principios de los setenta contra la dictadura de Bordaberry, explica con detenimiento que su objetivo cuando conoce un movimiento es hablarle de otro. Una teoría del contagio que dibuja sonrisas entre las asistentes en la sala. Zibechi, finaliza: “Es mi devolución. Mostrarles a otros y otras que esto existe. Les quiero decir que para mí es un honor estar con ustedes”.

La historia de la esquina

La brigada callejera nace en el Distrito Federal en 1995, y está integrada por trabajadoras y trabajadores sexuales, que se han especializado en derechos humanos y en la prevención de enfermedades de transmisión sexual. La organización es apartidista, sin ánimo de lucro, laica y asamblearia. Entre sus hitos está la creación de una clínica para las compañeras y compañeros que laboran en la calle, y el reconocimiento, por primera vez en la historia y después de dos años de intensa lucha, de la acreditación a las trabajadoras sexuales de la vía pública como trabajadoras no asalariadas. Esto significa, que el sexo servicio está reconocido como cualquier trabajo lícito, y es un paso para que los policías dejen de hostigar o extorsionar a los que se dedican a ello en la calle.

“Muchas jóvenes no han visto el trabajo y la lucha incansable que todo esto ha supuesto”, dice una compañera transexual, quien simpáticamente arremete contra “las nuevas”, quien “con una mano en la cintura se paran a trabajar sin problemas”. La brigada callejera Elisa Martínez no sólo es un frente de lucha o de resistencia, sino también memoria colectiva de una historia de represión, que como muchas de ellas dicen, “abrió el camino para las otras”. La mujer transgénero recuerda cuando hace poco menos de 20 años, las llevaban de la esquina a los calabozos del Torito, donde las rapaban y les daban manguerazos de agua. Las corretizas diarias y detenciones de hasta tres o cuatro veces al día, curtió a toda una generación de transexuales, que como ella dice, les unió un poco más y les dio la posibilidad de dejar atrás ese regazo.

Zibechi escucha atentamente, mientras escribe en su libreta los detalles que más le anonadan. Es el turno de Mérida. Una de las mujeres veteranas que empieza recordando como en La Merced había más de 150 hoteles donde podían trabajar y que ahora fungen como plazas comerciales. Ahora, la ex trabajadora sexual, recrimina la gradual expulsión de sus compañeras en el centro histórico de la capital y describe el nerviosismo institucional desde que consiguieron la acreditación no asalariada. “Están emputados desde que lo conseguimos. Buscan chingarnos pero estamos organizadas”, afirma.

Mérida, como muchas otras compañeras, ha logrado a través de la Brigada estudiar computación, así como sacarse la primaria y la secundaria. Ahora estudia enfermería y se deshace en halagos para Elvira, fundadora de la organización y presente en el acto, a la cual le agradece haber aprendido los códigos y argumentos legales, para que la policía no se aprovechase de ellas.

“Yo me sentía asquerosa, sucia, ¿Por qué terminé en esta puta vida?, No quería ser puta, me discriminaban, porque aquí en el DF, nos acusan que generamos crímenes, drogas u homicidios. Elvira me hizo sentir que como mujer valgo mucho. El trabajo sexual es tan digno como cualquiera, no trabajaba porque me gustara la verga, trabajaba por necesidad…”, dice Mérida.

Y ese es un detalle importante. Las integrantes de la brigada callejera sostienen que trabajan por necesidad pero por voluntad propia. Advierten que si ven una compañera obligada o sometida, se lanzan encima para apoyar su situación. El objetivo de esta asociación civil no es cambiar la actividad o rumbo laboral de las trabajadoras y trabajadores sexuales. Sino que estos, lo hagan con la mayor seguridad, cobertura y dignidad posible. Ramona, otra de las asistentes entra en acción:

“Yo soy trabajadora, no soy prostituta. Una prosti no cobra, le compran un vestido y se lo regalan, para que se acuesten con ellos. Nosotras escogemos al cliente. Si quiere ocuparnos, tiene que protegerse. Y si él no se protege, yo con él no trabajo. Por eso soy trabajadora sexual”. Ramona recibe sonoros aplausos de sus compañeras, mientras segundos antes asentían con la cabeza. Viene acompañada de su hijo de 13 años, quien tímidamente interviene después, para escuetamente alabar el trabajo de la brigada y dar gracias por su mamá.

Protégete, protégenos

Ramona es otra de las experimentadas que ha visto la evolución de su ex oficio en los últimos 40 años. “Siempre nos han llamado focos de infección”, espeta a Zibechi. Ella recuerda con claridad y así lo relata, como empezaron los talleres de promoción de salud en la brigada. Como detectar una infección, como tratarse, qué hacer cuando alguien era seropositivo y sobre todo, la negociación del condón. “La que no lo usa, estamos sobre ella”, sentencia. Para ella, la concientización fue un primer paso que la llevó, primero a tener cuidado de su propia salud, y después a convertirse en consejera de salud para otras coetáneas que compartían esquina con ella.

“Cuando nos llaman eso de focos de infección, les digo: perdona, somos promotoras de salud. Te puedo enseñar a usar un condón, algo que no haces con tu secretaria o con tu mujer”. Risas en el aforo. Cabe añadir a la declaración de Ramona, que las mujeres casadas son el segundo grupo poblacional más vulnerable al VIH a nivel mundial, después de los hombres que mantienen relaciones sexuales con hombres.

Betty alza la mano para preguntar o intervenir. Ella también es integrante de la brigada y gracias a los talles de periodismo ha empezado escribir la historia de vida de algunas de sus amigas y compañeras. “Nadamos en la ignorancia y gracias que eso ya está perdiendo”. Con una larga coleta morena y las gafas apoyadas en la mitad del tabique nasal a modo de bibliotecaria, Betty se explaya en como la Brigada cambió su vida y como a través de los años, la educación, la promoción y la orientación ha sido primordial.

Hecho que reafirma Lupe, quien lleva 27 años en la lucha con Elvira, y quien relata con lujo de detalles la discriminación que recibían cuando acudían al Centro Nacional para la Prevención y el Control del VIH/SIDA (Conasida). A todo esto, Mérida reaparece y explica: “Nos separaban por trabajadoras sexuales y pacientes. Nos pegaban varias veces en el brazo diciendo que no se veía la vena. En el caso de compañeras que tenían el VIH, ni las atendían.”

Todas no tenemos un precio

Algo de lo que advierten las veteranas sobre el conflicto que pueden padecer las nuevas, es la lucha por el centro histórico de la Ciudad de México. “Se viene una limpia. A las trabajadoras sexuales las acorralan más para que vayan a lugares clandestinos, como antes”, detalla la Rosa Madrid, otra de las fundadoras de la Brigada, quien arenga a las jóvenes presentes a “agarrar la espada”.

Rosa se muestra pesimista pero con el espíritu de combate, al informar que pese se ganó la meta de la tarjeta de trabajadora no asalariada, estas son difíciles de expedir y conseguir, ya que la Secretaría del Trabajo no está por la labor. “Es un logro que hay que ir defendiendo”. Es por ello, que la activista quincuagenaria comenta dos peligros a tener en cuenta: que la tarjeta está quitando el negocio a proxenetas y por ello su restricción, y también la cooptación de organismos internacionales, una lacra que hunde los proyectos autogestionados de las trabajadoras sexuales. Comenta sobre el Banco Mundial, de su obsesión en intentar cambiar el rumbo laboral de las compañeras por proyectos que luego se agotan y no tienen futuro. Es por ello, que Rosa alza el puño y pronuncia: “Hasta la muerte, nosotras no nos vendemos”.

Entender el carácter e idiosincrasia de esta organización única en México, llena a veces los ojos de Zibechi de ese rojo lacrimoso que se entremezcla con sus profundos ojos azules. Lleva una gorra y lo puede disimular. Es el turno de Elvira. Una de las fundadoras.

“Nos han pegado a todas. Cuando llegué aquí mi vida cambió. Vivía en una burbuja que no era esta. Vi todas esas violaciones de derechos humanos, fuimos pues enfrentado a la policía y a las autoridades”.

Elvira tiene un metro y cuarenta y cinco de pura solidaridad. Sus ojos se enternecen cuando oye una compañera hablar de ella o como la brigada cambió su destino en la calle. Socióloga de formación, como dice, no se necesita ser indígena o niña de la calle para luchar contra las injusticias.

A su historial de lucha bien que se le podría dedicar un corrido. Hace unos años protagonizó junto con otras, una denuncia pública a varios policías que intimidaban y abusaban de las trabajadoras sexuales. Su recompensa, una paliza que le dejó 15 días en cama. “Después de la convalecencia, rodeamos todas La Merced y les dijimos ‘aquí estamos cabrón, estamos vivas para seguir chingando”.

Sin embargo, las realidades más crudas que ha encontrado ha sido cuando ha salido a conocer comunidades en los estados, con otras compañeras de la brigada. Cuando habla de sus vivencias, no se oye ni un respiro:

“Nos han matado a muchas compas y encarceladas a otras. En Tapachula, donde el 75% son hondureñas, hay 150 compañeras acusadas de trata, porque los traficantes verdaderos no los encierran”.

“En Michoacán esta jodido porque hicieron su ley de trata para joder al más jodido. Encontramos y no pudimos hacer nada, un tráiler con puras niñas custodiados por militares”.

“El narco es su brazo para despojarnos de todo”.

Los ojos de Elvira parecen relatar más que sus palabras. A todo eso, nos recuerda al personal que hemos asistido, que la brigada acaba de sacar el libro ‘Hacía una rendición de Cuentas’, donde ahondan en la trata de personas y sus testimonios.

Finalmente, Elvira recuerda el paso de La Otra Campaña, impulsada por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en 2005. “Nos sentíamos perdidas, ya decíamos que no hay por dónde, hasta que llega La Sexta y fue como una visión. No estamos solas”. No sabemos si es la impronta zapatista o forjada en la calle, pero con un concepto nítido acaba Elvira su intervención:

“Somos brigadas porque no estamos en el escritorio”.

La última palabra queda para el invitado Raúl Zibechi, quien tocado por las historias de las mujeres, dice: “Si Zapata o Villa viviera, estarían orgullosos con ustedes”.

A lo que Elvira puntualiza. “Si Zapata o Villa viviera, a nosotras nos cogiera”.