Eduardo fue un hombre sencillo, comprometido con la gente común, con los nadies, con los oprimidos. Un compromiso con la gente de carne y hueso, con hombres y mujeres vivientes y sufrientes; mucho más profundo que la adhesión a ideologías que siempre pueden ser maleadas según los intereses del momento.
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L@s ningunead@s perdieron a su mejor cronista
28/04/2015
por
Claudia Korol y Raúl Zibechi
Dos recuerdos de Eduardo Galeano

Por Raúl Zibechi*

Quien escucha los latidos de abajo, acoge sus dolores, comparte sus risas y llantos; quien se esfuerza por entenderlos sin interpretarlos, por aceptarlos sin juzgarlos, puede ganarse un lugar en los corazones de abajo. Eduardo Galeano recorrió las más diversas geografías latinoamericanas en trenes, a lomo de mula y a pie, desplazándose en los mismos medios que los abajos. No buscaba mimetizarse sino algo mayor: sentir en su piel los sentires de otros y otras para hacerlos vivir en sus textos, para ayudarlos a salir del anonimato.

Eduardo fue un hombre sencillo, comprometido con la gente común, con los nadies, con los oprimidos. El suyo fue un compromiso con la gente de carne y hueso, con hombres y mujeres vivientes y sufrientes; mucho más profundo que la adhesión a ideologías que siempre pueden ser maleadas según los intereses del momento. Los dolores de abajo, nos enseñó, no pueden ser negociados, ni representados, ni siquiera explicados por el mejor escritor. Lo mismo vale parar sus esperanzas.

Entre sus muchas enseñanzas, es necesario rescatar su puntilloso apego a la verdad. Pero esas verdades las encontraba lejos del mundanal ruido de los medios, en los ojos hambrientos de la niña india, en los pies tajeados de los campesinos, en la sonrisa cándida de las vendedoras, allí donde los ninguneados dicen sus verdades de todos los días, sin testigos.

Nunca tuvo la menor duda en apuntar hacia los responsables de la pobreza y el hambre. Como aquellas crónicas sobre la crisis de la industria uruguaya, cuando con apenas 20 años era el jefe de redacción del semanario Marcha, uno de los primeros y mayores exponentes de la prensa crítica y comprometida. En ellas denunciaba a los poderosos con nombres, apellidos y propiedades. Sin vueltas. Porque, como le gustaba decir, “los medios emputecen las palabras”.

Pero fueron sus reportajes sobre las luchas y resistencias de los abajos las que dejaron huella temprana, indeleble. Como aquella que tituló “De la rebeldía en adelante”, en marzo de 1964, relatando la segunda marcha “cañera” (trabajadores de la caña de azúcar). Su mirada se detenía en los más de 90 niños que la integraban, en doña Marculina Piñeiro, tan vieja que había olvidado su edad, por la que parecía sentir especial admiración. “Querían ganarnos por hambre. Pero por hambre, qué íbamos a perder. Estamos acostumbrados, nosotros”, le dijo la mujer, madre y nieta de cañeros.

Su pluma daba forma a la vida cotidiana de los desheredados, pero no se conformaba con retratar su dolor, se afanaba en pintar –de vivos colores- la dignidad de sus pasos, la rabia capaz de sobreponerse a la represión y las torturas. En primer lugar aparecían, siempre y en cada una de sus notas, las gentes que encarnaban sufrimientos y resistencias. Tal vez porque estaba obsesionado por la indiferencia de los más, a la que consideraba “un estilo de vida” cuyo cascarón debíamos destruir, que para eso escribía sus artículos.

Entre los muchos homenajes que recibió en vida, tuvo el privilegio de que el maestro de la escuelita zapatista José Luis Solís López adoptara Galeano como seudónimo. Es muy probable que el maestro no se referenciara en el escritor. En todo caso, Eduardo y el zapatismo se conocieron y reconocieron enseguida. Como si toda la vida se hubieran estado esperando. No los convocó un programa ni una tabla de demandas, sino la ética de estar-siendo, abajo y a la izquierda.

Eduardo Galeano estuvo en La Realidad en agosto de 1996. Participó en una de las mesas del Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo. Habló poco, fue claro y dijo mucho. En aquellos días, y en muchos más, sembró Galeanos, contagió Galeanos, que ahora caminan Galeanos enarbolando su digna y Galeana rabia. Los ninguneados de siempre lo llevan en sus corazones.

 

* publicado en Lavaca.

 

Galeano entre las nadies

Por Claudia Korol**

Estaba sentada en la Asamblea de las Mujeres de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC), entre luchadoras campesinas que afirman que sin feminismo no hay socialismo, sintiendo emocionada sus consignas, sus colores, sus debates intensos, sus experiencias, su memoria, su rebeldía, su coraje, cuando mi amiga Silvia Ribeiro, uruguaya dizque mexica me contó al oído que había partido Eduardo Galeano.

No reaccioné inmediatamente. Sentí un dolor antiguo en algún rincón de los recuerdos, mezclado con cierta incredulidad. Es que crecí con Galeano. Es que aprendí historia en Las Venas Abiertas… aprendí pedagogía en La escuela del mundo al revés. Aprendí el calendario que organiza la memoria del continente en sus páginas. Aprendí también con Galeano el abrazo y los abrazos.

El compañero de todos los momentos, al que acudimos cada vez que necesitamos decir algo bello o algo cierto, no puede dejarnos solas. Todavía hay mucho por hacer. No compa, no puede irse.

A mi alrededor sonaban las consignas entusiastas de las mujeres campesinas. Gritaban con fuerza las mujeres aymaras de Perú y Bolivia, y las mayas de Guatemala, envueltas en sus vestidos coloridos. Las mujeres sin tierra de Brasil decían que globalicemos la lucha y la esperanza.

En ese espacio ganado para la lucha feminista, en esa conciencia hecha de tierra y de semillas, vi aparecer el rostro de Eduardo Galeano. Proyectado en el fondo del escenario, de pronto se volvió silencio entre las mujeres que lo lagrimeaban. No puede ser que haya partido, pensábamos quienes supimos con él, por él, qué es el horizonte y qué el camino. No puede ser…

La voz de Galeano comenzó a hablar de la mujer sin miedo. Las mujeres de la CLOC estaban allí, sin miedo, escuchando arrobadas al maestro, y repitiendo que no tienen miedo de ser felices. Necesitaron despedirlo con palabras sentipensadas. Por eso fue que con palabras de Galeano despidieron a Galeano.

Un coro de mujeres de rostros quemado por el sol, y manos agrietadas en el trabajo duro, abrazó a Galeano como para devolverlo al mundo. Las sembradoras de semillas lo repartieron en la tierra más fértil del continente, la de nuestros corazones. Y acá queda, entre nosotras. Amigo de las causas justas. Enemigo de los oportunistas de todos los tiempos. Revolucionario revolucionando revoluciones. No se fue, me dije una vez más, mientras escuchaba las voces campesinas repitiendo su nombre. No se fue el compañero, nos dijimos al oído. Y así fue que supimos que anda perdido entre las nadies, escribiendo nuevas historias de presentes de lucha, y arando el futuro nuestro.

 

Claudia Korol – 13 de abril de 2015,

** publicado en facebook