Sabotaje a la integración sur-sur

La agonía de Unasur

El bloque que fuera impulsado por los gobiernos progresistas, hace una década, se enfrenta a su fin con la salida de Colombia.

Sede_de_Unasur

Por Gabriel González Zorrilla, Deutsche Welle

Apenas tres días después de asumir el cargo, el gobierno del nuevo presidente colombiano Iván Duque anunció la salida de su país de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur). La confederación se ha convertido en “cómplice de la dictadura venezolana”, argumentaron las autoridades colombianas.

La decisión no fue una sorpresa. Ya en abril, Colombia, todavía bajo el mando del presidente Juan Manuel Santos, junto con otros cinco países había suspendido su membresía. Cabe recordar que este grupo tenía solo 12 miembros, y actualmente están considerando la posibilidad de abandonarlo Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Perú, todos con gobiernos conservadores. Los que permanecerían son Bolivia, Ecuador, Guyana, Surinam, Uruguay y Venezuela.

Unasur hace rato que no tiene secretario general. Desde la salida del colombiano Ernesto Samper en enero de 2017, el puesto está vacante. Los estados de Unasur no pudieron ponerse de acuerdo sobre un sucesor hasta el día de hoy. El proyecto no termina con un estallido, sino con un gemido.

“Siguiendo el patrón de la UE”

El proceso de integración se lanzó con mucha esperanza en 2008. Iniciado por el entonces presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, la nueva confederación debía seguir “el modelo de la UE”, establecer una comunidad de seguridad en América del Sur y promover la integración económica. La creación de la Unasur sucedió en una “fase particular, en la que Estados Unidos activó una política de expansión de los acuerdos de seguridad con Colombia y con otros países como Paraguay”, dice Günther Maihold, de la Fundación Ciencia y Política, con sede en Berlín.

No faltaron objetivos ambiciosos. El plan era tener una moneda común llamada “Sucre”, incluso una ciudadanía sudamericana con los pasaportes correspondientes. Para 2025, el objetivo era alcanzar el nivel de integración europea. El subcontinente dará un “salto gigante en el desarrollo económico y social” gracias a los nuevos esfuerzos de integración, aseguró Lula en 2008. Pero el gran salto nunca llegó.

“La Unasur llegó a su fin, ha perdido su base política”, dice Maihold. “Brasil actualmente no tiene ambiciones en el área de seguridad que lo lleve a tomar medidas de garantía para otros países”. Está enfocado en sus propios problemas, dice Maihold. Otro factor es la pérdida de la unidad ideológica entre fuerzas antaño unidas de la región como Ecuador, Venezuela, Bolivia, Argentina y Brasil. “Unasur es, pues, un elemento del pasado, estrechamente vinculado a la ola de gobiernos de izquierda de la región”, señala Maihold.

“Esto parece ser el fin de Unasur”, dice también Gerhard Dilger, jefe de la Oficina Regional de la Fundación Rosa Luxemburgo en Sao Paulo. Las fuerzas impulsoras que llevaron a la creación de la Unasur fueron los gobiernos de izquierda de Lula en Brasil, Chávez en Venezuela, Kirchner en Argentina, Correa en Ecuador, e incluso Michelle Bachelet en Chile. Unasur contribuyó a “desactivar muchas crisis” y dio un impulso “al menos para pensar en una política de defensa común”, dice Dilger. “Pero en los últimos años todo se derrumbó”.

Buenas condiciones para la integración y la cooperación

Sudamérica tendría muy buenas condiciones para desarrollar una comunidad multilateral basada en el modelo de la UE. Los estados comparten la experiencia de períodos históricos similares: conquista, colonización e independencia. Han desarrollado una identidad común basada en experiencias históricas similares. La región está dominada por dos idiomas: español y portugués brasileño. Comparado con la diversidad lingüística babilónica de la UE con sus 24 idiomas oficiales, este aspecto resulta bastante cómodo. No por casualidad, la idea de una Sudamérica unida ya está muy difundida y surge en forma de “Patria Grande” en la lucha por la independencia y su refundación por parte de Simón Bolívar y José de San Martín en el siglo XIX. Entonces, ¿cuál es el problema?

“América Latina tiene una larga historia amplia de multilateralismo y una orientación limitada al regionalismo, que tiene sus limitaciones cuando se trata de perturbar la soberanía nacional”, dice Maihold. Los intentos de integración siempre habrían tenido el carácter de coordinación de políticas y no el carácter de una integración real en el sentido de la fusión de la soberanía de los diferentes actores. Especialmente con respecto a la seguridad, la desconfianza y el instinto prevalece en muchos países sudamericanos para preservar la soberanía nacional en cualquier circunstancia. En esas condiciones, destaca Maihold, solo un “organismo con funciones de emergencia” es concebible, es decir, un órgano que actúe en situaciones humanitarias y políticas excepcionales.

Fijación con EE.UU. y su propia soberanía

Para Gerhard Dilger hay un claro ganador en la crisis de Unasur: “La derecha conservadora en América del Sur y, geopolíticamente, el gobierno de Estados Unidos”. Los perdedores son todos aquellos que han trabajado por una Sudamérica más independiente y segura, según Dilger.

Los países de la región siempre han considerado la integración y la cooperación como un intento de preservar y recuperar la soberanía por sobre su gran vecino del norte, dice Maihold. Todavía no han reconocido su propio valor agregado en la cooperación regional. Mientras esta fijación se mantenga y no entiendan su propio espacio como una región de crecimiento, no solo en términos económicos sino también en términos políticos, los intentos de cooperación siempre permanecerían en la superficie. Por lo tanto, Unasur es el primer intento fallido de una integración sudamericana, y ciertamente no será el último.

Hasta que se inicie un nuevo comienzo, solo tiene que encontrar un nuevo inquilino para la pomposa sede de Unasur en Quito. La construcción se inauguró en 2014 y costó 46 millones de dólares. Pero el presidente ecuatoriano, Lenín Moreno, ya tiene una propuesta: el edificio debería convertirse en una universidad. Allí se podrían hacer estudios sobre integración.

Foto: Montserrat Boix, wikimedia